24/7/12

Cordones en el Río

El cordón de la vereda es para los habitantes de Buenos Aires una linea de piedra gris que divide la acera de la calzada. Tiene un pequeño desnivel de unos 22cm mas o menos y por alli corren las aguas de lluvia. No es que en la ciudad no los haya de otro tipo de cordones, como de hormigón por ejemplo, pero en la imagen de los porteños el cordón de la vereda es de piedra, de granito gris.


Es raro ésto, porque la Ciudad no está en una zona geográfica que tenga piedras duras y porque no hay canteras de granito en 100 km a la redonda, pero la ciudad del S XIX con su afán de parecerse a Paris podía traer cosas de cualquier lado.

Pensado desde hoy, es algo bastante sorprendente porque significa un esfuerzo energético y económico muy importante. Solo hay que imaginar los trenes y barcos trayendo al puerto miles de toneladas de piedra extraida en Tandil o algo de la Isla Martín Garcia.

Esta cita nos puede ayudar a visualizarlo "En 1907, sólo el Ferrocarril del Sud había transportado 211 mil toneladas destinadas a Buenos Aires, cifra que al año siguiente había aumentado a 257.000 y en 1909 a 328.000. la sed de adoquines que experimentaba Buenos Aires parecía insaciable (1). 

Han pasado ya muchos años desde que no se hacen empedrados en Buenos Aires y hace rato también que empezaron a desaparecer tapados por el asfalto o remplazados por el hormigón.  Sin embargo los empedrados de Buenos Aires son parte de su identidad, de su cultura, es por eso y por la lucha de muchos vecinos, que existen alguna leyes que los protejen e impiden su extracción.

Caminando el último sábado por la Reserva Ecológica (RECS) encontramos el destino final de muchas de estas piedras, extraídas de alguna calle porteña, volcadas desparejas y desordenadas como improvisada defensa costera frente al Río de la Plata.

La Ciudad las ha extraído, las ha acarreado desde lejos, las ha usado en sus calles y ahora las deja desamoradamente frente al río. Quizas no sea un mal destino para ellas,  pero hay algo sobrecogedor al verlas. Una especie de tristeza por su periplo y su final, que me conmovió para escribrir estas lineas.


1) Nario, Hugo: "Los picapedreros", Tandil, Editorial del Manantial, 1997, pág.67


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